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lunes, 11 de enero de 2010

El Condestable Don Álvaro de Luna. 3ª Parte


1452 El Condestable pasa la mayor parte del tiempo en su castillo de Portillo cerca de Valladolid. La calma parece instaurada en Castilla.
Sin embargo se descubre que Alfonso Pérez Vivero, antiguo servidor del Condestable y ahora al servicio de la Reina, ha tramado un complot a fin de eliminar al Condestable. Descubierto y desenmascarado por documentos de su puño y letra su vida se pierde en circunstancias no muy claras, lo que perjudica la imagen de D. Álvaro.
Pero era mucho el odio y la envidia acumulados en muchos nobles así como su ansia desmedida de poder. El Rey se veía ya influenciado por la joven Reina que nunca había tenido en estima a D. Álvaro temerosa ella misma del poder que el Condestable tenía.

La tregua que se vivía en Castilla ayudaba a que se alimentasen todas estas conjeturas e intrigas al no ser ya vital la presencia del Condestable en el campo de batalla.
D. Álvaro percibía esta situación y se encontró en numerosos momentos con algunas emboscadas o situaciones en las que su vida pudo correr peligro (se buscaba a cualquier precio su caída), pero supo salir airoso de ello. La joven Reina ya empieza a conspirar de forma clara contra D. Álvaro. El Conde de Plasencia recibe una misiva de la propia Reina en la que le insta a detener a D. Álvaro de Luna a cualquier precio. Su hijo (Álvaro de Estúñiga)se mueve para reclutar gente y llevar a cabo la orden. Posteriormente el rey se enteró pero no supo anular la orden para no enfrentarse así a su esposa…aunque tiempo después sabemos que el Rey mismo firmó la orden entregándola personalmente a D. Álvaro de Estúñiga.

D. Álvaro intuía estos movimientos y pudo haberse retirado de los vaivenes de la Corte pero no quiso.
Al rey fue, poco a poco, convenciéndole su esposa de que el Condestable podría atentar contra él para apoderarse del Reino.
Finalmente el 4 de abril de 1453 las tropas cercan la posada en la que D. Álvaro se encontraba. Se producen conversaciones y el Condestable consigue que le traigan del Rey documento firmado en el que se indica que si se entrega, su vida, bienes y posesiones, así como los miembros de su familia y familiares más allegados, serían respetados. Conseguido aquello se entregó, plenamente confiado en la palabra real.
Intentó por todos los medios que sus captores lo llevasen a presencia del Rey (bien sabía que si no lo conseguía su suerte estaba echada) pero éste, temeroso de no saber qué hacer o qué decir, no quiso, dejando así a D. Álvaro en manos de sus más acérrimos enemigos que lo trasladaron desde Burgos a Portillo, cerca de Valladolid.

Sabían estos nobles que los partidarios de D. Álvaro eran numerosos y entendían que sólo con su muerte conseguirían hacer efectiva el ansia de poder que tenían. Caído D. Álvaro, serían dueños de todas las posesiones (bien por derecho señorial o de maestrazgo mientras viviese) y fortuna que tenía. Se habían hecho correr entre el pueblo numerosos tropelías de D. Álvaro para evitar levantamientos. Tomaron la decisión, el grupo de nobles reunidos en Consejo, de condenarle a muerte. El Rey se sintió turbado ante aquella sublime decisión, aunque finalmente firmó la sentencia dado su carácter voluble del que ya hemos hablado y el deseo de recuperar para sí (y no para los nobles) todas las posesiones del Condestable.

Su condena fue más bien un ajuste de cuentas y una venganza por parte de sus muchos y poderosos enemigos.
Se informó de la decisión a D. Álvaro y éste solicitó un religioso que le ayudase a preparar su alma.

El 4 de Mayo de 1453 había sido detenido D. Álvaro acusado de herejía y otros variados cargos por Isabel de Portugal. El Condestable, como ya queda dicho, no hizo nada por impedirlo, a pesar de su poderosísimo ejército, confiando en la palabra del Rey de que su vida y sus bienes serían respetados. Quedaron estas palabras vacías de contenido.

El 2 de Junio, tras un rápido simulacro de juicio, fue decapitado en la plaza Mayor de Valladolid a las 11 de la mañana, cuando contaba con 63 años.
Su ejecución pública sumió a Castilla en un caos de envidias y a su Rey en una profunda depresión que le llevó a la muerte un año después.
Así se relatan en un romance anónimo sus últimos momentos……

Tomad ejemplo en mi muerte
Que es muerte que causa ejemplo
Y a todos cuántos y cuántas
Daños y agravios me hicieron
Los perdono, y me perdonen
Si les ofendí algún tiempo
En esto llegó el verdugo
Con el debido respeto
Tapó sus pálidos ojos
Con un leve cendal negro
Un fraile le quitó el Cristo
Don Álvaro bajó el cuello
Con voz alta dice a Dios:
EN TUS MANOS ME ENCOMIENDO

Fue enterrado en una fosa a las afueras de Valladolid, si bien después sus restos fueron trasladados al convento de San Francisco. Ya pasados los años, su hija María de Luna a la que había donado el Señorío de Cornago, se ocupó de trasladarlos a la suntuosa capilla de Santiago de la catedral de Toledo, donde reposan actualmente en compañía de su esposa Juana Pimentel y otros miembros de su familia.

Sus verdugos no corrieron mejor suerte. La Reina Isabel enloqueció muy pronto y el Rey, como ya ha quedado indicado anteriormente, murió un año después en 1454.

La leyenda de la muerte del Monarca recogida y repetida en varios escritos a través de los tiempos se impregna del halo de ficción del que hablaba al principio, pero no por ello dejaré de relatarla tal como lo hace José Serrano Belinchón en “El Condestable”. Dice así:
Aún se conserva en los viejos anales de Castilla, cubierta de polvo y casi borrada por los siglos, una leyenda según la cual el rey Juan II se encontraba en Segovia la mañana del 2 de Junio de 1453. Había ido a esconderse en aquella ciudad para no estar en Valladolid mientras se cumplía la sentencia firmada por él que acabaría con la vida de D. Álvaro de Luna, su protector, su amigo, el más leal de sus hombres desde mucho antes que le llegase, cuando niño, el uso de razón.

Cuentan que a primeras horas de aquel día se desencadenó sobre la ciudad una tormenta aparatosa y que un rayo fue a dar sobre la torre más alta del Alcázar. El Rey contemplaba encogido de temor los sucesivos latigazos de luz de los relámpagos y se estremecía con el retumbar de los truenos sobre la ciudad, mirando ahora al cielo, ahora a la hondonada que quedaba al pie del castillo, el horrible espectáculo de la tempestad.

Durante años y siglos fue verdad de fe para los castellanos viejos que tuvieron noticia de aquel conmovedor suceso, que entre el fortísimo resplandor que el Rey pudo ver desde la ventana de su cámara en el relámpago que hirió la torre, vio con todo el realismo de la verdad vivida, la escena que en ese mismo instante estaba teniendo lugar en la Plaza Mayor de Valladolid; justo el momento en el que el verdugo segaba de un tajo la cabeza de D. Álvaro de Luna. Le habló al Rey-aseguran- aquella cabeza latente desprendida de su cuerpo; y lo hizo para emplazar a Juan II ante el tribunal de Dios un año más tarde. Luego el trueno le hizo tambalear y herido de espanto cayó al suelo el cuerpo del Monarca.

Desde aquél mismo día el Rey enfermó de tristeza, hostigado por el recuerdo continuo de su injusta acción con el más leal de sus servidores, muriendo, como queda indicado un año después.

Los bienes de D. Álvaro serían objeto de rapiña y Cornago no fue una excepción. Se inicia aquí una época dura para sus habitantes, si bien esto y las relaciones que D. Álvaro mantuvo con Cornago y con algunos personajes importantes como D. Juan Díaz de Cornago, prior del Monasterio de Uclés ya nombrado anteriormente, quedan para otro artículo.

En 1658 el Consejo de Castilla declaró a D. Álvaro de Luna INOCENTE de los muchos crímenes, excesos, delitos, maleficios, tiranías y cohechos por los que había sido juzgado restituyendo así su buen nombre. Cobraban vida y razón sus póstumas palabras cuando decía refiriéndose a las acusaciones que le llevaban al cadalso:
Y cuanto más perseguida
La verdad más resplandece.

Gracias por leerme
luismgon

2 comentarios:

  1. MAGNIFICO RELATO SOBRE UNO DE LOS PERSONAJES MENOS RECONOCIDOS POR LA HISTORIA.

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  2. MAGNIFICO RELATO SOBRE UNO DE LOS PERSONAJES MENOS RECONOCIDOS POR LA HISTORIA.

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